tuvo que pasar entre muchos hierbajos, todas las ventanas estaban tapiadas. Era una casa triste y gris, tal vez siempre fue así. Empujó la puerta con fuerza y entró. Todo estaba como él lo recordaba. El sofá, la tele, su viejo escritorio, la oscuridad, el silencio que daba unidad a todo hasta que llegaban ellos. Se quedó quieto, intentando no perder la calma, luchando por abrir los ojos a la realidad. Un sudor frío recorría su cuerpo, otra vez estaban allí, sin saber cómo, lo habían vuelto a encontrar. Lo acosaban, le gritaban, lo volvían loco y él intentaba por todos los medios dejar de pensar como hacía antes, sentado en el suelo de su habitación, se tapaba los oídos para no escucharlos, pero estaban dentro. Los veía moverse de un lado a otro de forma fugaz y él gritaba para no oírlos más en su cabeza y apretaba los párpados con todas sus fuerzas para no verlos. Y entonces, la calma. El silencio volvía a restablecer el orden de todas las cosas. La casa estaba cerrada a cal y canto y vacía.
El sentimiento de culpa puede generar la situación descrita, pintada en este microrrelato. Me gustado su fluidez que se condice con la aparición de pensamientos condenatorios.