Un día fui a un vertedero y lo vi allí, tirado en el suelo. Tirado en el suelo contaba las monedas, con las manos sucias de tanta mierda. Al verme, se levantó sonriendo para darme la mano y cuando me di cuenta ya me había robado.
Las persianas bajadas, la manta echada, el aire irrespirable de la madrugada. Ha sonado el despertador y solo algunos se levantan. Los demás siguen quietos en sus camas.