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MICRORRELATO: El viejo

El viejo cayó al suelo, solo, desorientado y le sangró la vida por la frente arrugada. Sus manos torpes ya no recordaban la sonrisa de sus hijos. Aquellos que salieron un día de su casa para no volver a los gritos ni a los reproches ni a su mal genio, a veces, insoportable hasta para él. Su mujer fue desapareciendo cada día con la resignación de haber elegido mal. Los hijos ni siquiera se despidieron de la madre, y tal vez ella no se dio ni cuenta. Con los años, empezó a preguntar por ellos y él siempre le respondía lo mismo: “Han salido, ahora vuelven, tranquila”, y ella sonreía. Otras veces, le preguntaba a él quién era, y tardaba en responder, sin saber qué decirle para no apagar su mirada, “Tu marido” respondía al fin con la voz cargada de culpa, de rabia, de miedo. 




Cuando de pequeño tropezaba y caía al suelo, lloraba, su padre llegaba entonces, con la cara desencajada, lo cogía de un brazo y lo ponía en pie. Lo miraba con el desprecio que se mira a lo insignificante, y él aprendió a no tener que secarse más lágrimas y a levantarse y a mirarlo a la cara, quizá con el mismo desprecio. 

Algunos transeúntes se acercaron al viejo, tirado aún en el suelo. Pudo ver sus caras, vio la cara de su padre, la suya propia y las de sus hijos. Su mujer apareció sin saber cómo, como siempre, de repente y se agachó y le secó las lágrimas . “Ven” le dijo y fue.

Sin maleta




Hoy he lanzado la maleta por la ventana, al caer se ha abierto y todo su interior ha quedado a la vista de todo el mundo. Un niño ha corrido hacia ella y ha cogido un libro, me ha mirado y ha sonreído. Una mujer se ha acercado y ha cogido una de mis camisas, me iba demasiado ajustada. Entonces he respirado con tristeza, en cambio ella me daba las gracias con la mirada. Un hombre se ha parado al ver la maleta tirada y ha cogido mi portátil, me ha dado pena, sin embargo él parecía amargamente feliz. Un perro que paseaba con su dueño se ha detenido, ha olisqueado el interior, ha levantado la pata y se ha meado dentro, su dueño no se ha inmutado, ni yo.
He bajado corriendo a la calle, la misma calle de hace veinte años, he cogido la maleta, llena de mis cosas y la he tirado a la basura. Y ahora empiezo a caminar sin ella.

“No se culpe a nadie”, Julio Cortázar

Al leer el título, la palabra culpa nos viene a la mente, ¿por qué dice el autor que no se culpe a nadie?¿A quién se puede culpar de un suicidio? ¿A quién se puede culpar por querer respirar?
A primera vista el cuento parece muy simple: a un hombre le espera su mujer en la tienda para comprar un regalo de boda, como hace fresco tiene que ponerse un jersey azul, intenta ponerse el jersey pero le cuesta no atina a meter los brazos y la cabeza por donde toca, al fin parece que su mano derecha ha encontrado la salida, cuando consigue sacar un poco la cabeza ve como los dedos de la mano derecha van a atacarle, entonces cierra los ojos y se deja caer por la ventana. Si nos quedamos en el argumento del cuento perdemos la esencia del mismo porque todo el cuento está narrado en un solo párrafo y de esta manera el autor consigue trasladar al lector la sensación de agobio que siente el protagonista. No hay una pausa que nos permita liberarnos de esa sensación y distanciarnos del hombre que no puede ponerse el jersey. Lees el cuento y piensas: “Póntelo ya o quítatelo, pero haz algo para acabar con esa situación agónica”, pero te das cuenta de que no puede escapar, está atrapado en el pulóver como si fuera la propia vida del hombre.




El inicio del cuento ya nos indica que hay algo más en ese ponerse el pulóver: “ […] ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando.” El autor de forma muy sutil nos está introduciendo en otra realidad, la realidad del sentimiento vital, es decir, ponerse el pulóver implica encerrarse, alejarse, y a partir de este momento iremos viendo como en el individuo se produce el extrañamiento de partes de su cuerpo: “De un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese suya, pero ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano de siempre […]”. Vemos como el autor hace que la mano cuando está dentro del pulóver actúe de forma diferente a cuando está fuera de él, el pulóver provoca una reacción en el cuerpo del protagonista algo extraña, ya que pierde el control de su mano derecha. El pulóver se nos presenta como el elemento que asfixia al protagonista, pero tiene que ponérselo porque hace fresco y su mujer lo está esperando. En realidad, el jersey azul podría significar todo aquello que le viene impuesto por la sociedad, por su mujer, por la inacción de uno mismo. En esa lucha interna del individuo en la que no sabe si acabar de meterse el pulóver o quitárselo, aparece su lado más racional que sería su mano derecha y su lado más ideal que sería esa mano izquierda que intenta protegerlo, pero ha llegado a un punto de no retorno y la única forma que encuentra de poder respirar y por extensión vivir de forma plena es dejarse caer por la venta y sentir el aire fresco.

En definitiva, “No se culpe a nadie” sería la lucha interna que sufre el individuo ante lo que tiene que hacer y lo que quiere hacer, ante lo racional y lo ideal, y algo tan insustancial como ponerse un pulóver provoca un conflicto interno de tal magnitud que lo único importante al final es que: “ […] a baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie doce pisos.” 

M. B.
 
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