Veinte años después de mi primera lectura de “El almohadón de plumas” de Horacio Quiroga, me sigue pareciendo impresionante la forma en que el autor trata el tema de la muerte, por su delicadeza y su crudeza al mismo tiempo. Ya en la primera línea sospechamos cuál puede ser el final de la historia. La historia de unos recién casados y de su fría felicidad, porque Alicia, una joven soñadora, se ha unido a Jordán, un hombre rígido e incapaz de mostrar los sentimientos,
a pesar de amarla profundamente. Es seguramente en ese momento en el que empieza la muerte simbólica de la protagonista, en esa infelicidad plasmada en la realidad de su recién estrenado matrimonio. Poco a poco la va consumiendo y el final se acerca.
El espacio también se vuelve hostil, frío, blanco, rígido como si de un mausoleo se tratara, su casa era un sepulcro magnífico y suntuoso, que su querido marido había construido para ella. Todo en el cuento nos lleva a la misma idea, la presencia de la muerte. Ella, una joven casada, aislada en su propia tumba. Y su marido, enamorado, pero impasible, frío y rígido actúa como el enterrador. En realidad, es Jordán quien provoca la muerte de su querida mujer. Es él quien acaba con sus sueños de niña, es él, quien la convierte en alguien infeliz, es él, quien mata sus ganas de vivir.
Su enfermedad física es su enfermedad anímica. El médico no encuentra realmente el problema, y ella, agotada, cansada, con alucinaciones donde su marido se convierte en un ser extraño que la observa, no tiene fuerzas para luchar ni por la vida, ni por el marido que ya apenas si reconoce. Alicia se rinde a la inmovilidad, no se vuelve a levantar de su lecho e impide que nadie toque su cama, ni siquiera que toquen su almohadón.Ya no sirven de nada los cuidados de Jordán porque la ha perdido sin darse cuenta. Y no será hasta el final del cuento cuando descubra la verdadera causa de la muerte de su esposa.
Quién podía pensar que en el almohadón de plumas estaría la causa de la muerte de una recién casada. Allí, instalado entre las plumas estaba el asesino, probablemente una araña, aunque no se especifica, pero cada noche su picadura iba, gota a gota, acabando con la vida de Alicia. Despacio pero eficaz en su tarea. Ninguna de las personas que la rodeaban, ni siquiera ella misma, supo ver dónde estaba su mal. Lo tenía tan cerca que, seguramente, formaba parte de su día a día. Igual que su marido.
El final es desconcertante, supongo, o quizá previsible, si tenemos en cuenta que el narrador con cada palabra nos va guiando hacia un final trágico y que desde la primera línea todo el cuento muestra frialdad, infelicidad y, por consiguiente, muerte. Es la muerte provocada, no por la falta de amor, sino por la falta de la expresión del amor. Es el amor callado, frío, impasible de Jordán el que, inevitablemente, conduce hacia la muerte a su mujer.