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MICRORRELATO: EL SILENCIO

Corría sin parar, a pleno sol, hacia ninguna parte. Huía de sus perseguidores y parecía que los había perdido. Miraba constantemente hacia atrás y no había nadie ni nada. Sin darse cuenta sus pasos lo llevaron a la pineda, podía ver el mar mientras corría, y ya solo lo hacía por inercia. Cuando sus fuerzas se agotaron cayó al suelo, exhausto. Cerró los ojos, rendido, sin ánimo para luchar más y entonces vio entre los árboles una casa. Se levantó como pudo y se dirigió a ella. Empezó a recuperar el aliento y su respiración se volvió más pausada. La casa estaba abandonada,


tuvo que pasar entre muchos hierbajos, todas las ventanas estaban tapiadas. Era una casa triste y gris, tal vez siempre fue así. Empujó la puerta con fuerza y entró. Todo estaba como él lo recordaba. El sofá, la tele, su viejo escritorio, la oscuridad, el silencio que daba unidad a todo hasta que llegaban ellos. Se quedó quieto, intentando no perder la calma, luchando por abrir los ojos a la realidad. Un sudor frío recorría su cuerpo, otra vez estaban allí, sin saber cómo, lo habían vuelto a encontrar. Lo acosaban, le gritaban, lo volvían loco y él intentaba por todos los medios dejar de pensar como hacía antes, sentado en el suelo de su habitación, se tapaba los oídos para no escucharlos, pero estaban dentro. Los veía moverse de un lado a otro de forma fugaz y él gritaba para no oírlos más en su cabeza y apretaba los párpados con todas sus fuerzas para no verlos. Y entonces, la calma. El silencio volvía a restablecer el orden de todas las cosas. La casa estaba cerrada a cal y canto y vacía.

Vio borrosamente acercarse a un hombre mientras estaba tirado en el suelo: “¿Estás bien? Pareces asustado. No tengas miedo, no hay nadie.” Se levantó y corrió con toda el alma hasta llegar a su piso, fue al baño, metió la cabeza debajo del grifo, el agua estaba helada y al mirarse al espejo volvió a sentir como todos sus miedo aparecían.

Mar Ball


 

¿CÓMO PODEMOS INTERPRETAR ESTE MICRORRELATO?

MICRORRELATO: El viejo

El viejo cayó al suelo, solo, desorientado y le sangró la vida por la frente arrugada. Sus manos torpes ya no recordaban la sonrisa de sus hijos. Aquellos que salieron un día de su casa para no volver a los gritos ni a los reproches ni a su mal genio, a veces, insoportable hasta para él. Su mujer fue desapareciendo cada día con la resignación de haber elegido mal. Los hijos ni siquiera se despidieron de la madre, y tal vez ella no se dio ni cuenta. Con los años, empezó a preguntar por ellos y él siempre le respondía lo mismo: “Han salido, ahora vuelven, tranquila”, y ella sonreía. Otras veces, le preguntaba a él quién era, y tardaba en responder, sin saber qué decirle para no apagar su mirada, “Tu marido” respondía al fin con la voz cargada de culpa, de rabia, de miedo. 




Cuando de pequeño tropezaba y caía al suelo, lloraba, su padre llegaba entonces, con la cara desencajada, lo cogía de un brazo y lo ponía en pie. Lo miraba con el desprecio que se mira a lo insignificante, y él aprendió a no tener que secarse más lágrimas y a levantarse y a mirarlo a la cara, quizá con el mismo desprecio. 

Algunos transeúntes se acercaron al viejo, tirado aún en el suelo. Pudo ver sus caras, vio la cara de su padre, la suya propia y las de sus hijos. Su mujer apareció sin saber cómo, como siempre, de repente y se agachó y le secó las lágrimas . “Ven” le dijo y fue.

Sin maleta




Hoy he lanzado la maleta por la ventana, al caer se ha abierto y todo su interior ha quedado a la vista de todo el mundo. Un niño ha corrido hacia ella y ha cogido un libro, me ha mirado y ha sonreído. Una mujer se ha acercado y ha cogido una de mis camisas, me iba demasiado ajustada. Entonces he respirado con tristeza, en cambio ella me daba las gracias con la mirada. Un hombre se ha parado al ver la maleta tirada y ha cogido mi portátil, me ha dado pena, sin embargo él parecía amargamente feliz. Un perro que paseaba con su dueño se ha detenido, ha olisqueado el interior, ha levantado la pata y se ha meado dentro, su dueño no se ha inmutado, ni yo.
He bajado corriendo a la calle, la misma calle de hace veinte años, he cogido la maleta, llena de mis cosas y la he tirado a la basura. Y ahora empiezo a caminar sin ella.