Portada » CUENTO » Página 8

Etiqueta: CUENTO

CUENTO: INERCIA SOCIAL

Me casé porque sentí algo parecido al amor y después me pareció que ya no se parecía. Y te quedaste. Los críos eran pequeños y Antonio tenía la misma sonrisa amable del primer día. Un día, me invitó a tomar café y pensé por qué no, era un chico agradable. Y te casaste. Sí, me casé. Mis padres estaban contentos, y yo también, bueno, supongo, no sé, no lo pensé demasiado, éramos novios y lo normal… ¿Qué iba a hacer?




 Te gusta, ¡eh!. Tiene unos ojos en los que te perderías eternamente, y le gustas, seguro. Bueno, quién sabe, aún es pronto, solo habéis charlado un par de veces. Te pone nerviosa cuando te mira, se te nota. Y él también lo nota. ¡Eres más tonta! A tus sesenta años pareces una cría.
 Creo que nunca me enamoré de Antonio, coincidimos en el espacio y en el tiempo… y en la vida. No había mucho dónde elegir, y en realidad, ahora creo que no lo hice, ¿para qué elegir? Las circunstancias, la inercia me fueron guiando. Te dejaste llevar y se te pasó la vida. Bueno, a mi manera fui feliz, los críos, la familia, Antonio, todos me llenaban. ¿Y tú, te llenabas tú? Yo tampoco necesitaba más, los veía crecer y pensaba, un día se irán y nos quedaremos solos Antonio y yo. Vacíos, dirás. Sí, eso… vacíos, pero es ley de vida.
 Tranquila, vas bien de tiempo. Habéis quedado a las ocho para cenar. Te dijo que sí cuando se lo propusiste. Y tú no te lo podías creer, estabas deseando que se fuera para poder gritar y saltar, como si te hubiera tocado la lotería. Una cría, te has convertido en una cría. Ya te lo dijo Felisa: “Tienes cara de enamorada” y te pusiste como un tomate diciendo «¿yo?, ¿yo?, qué tonterías dices».
 El sexo con Antonio era… muy tierno y aburrido. Se esforzaba mucho, pero a mí me daba tanta vergüenza pedirle algo y cuando él sacaba el tema yo le preguntaba por otra cosa para desviar la conversación. Y no te insistía. No, respiraba profundamente y seguía viendo la tele. Hacíamos el amor o lo que fuera eso, los domingos. Su cuerpo me pesaba como un muerto y los minutos se hacían eternos.
 Es la primera vez que invitas a cenar a un hombre, te gusta sentir que llevas la iniciativa, que puedes decidir, elegir con quién quieres pasar un rato o toda la vida. No se lo has dicho a tus hijos aún, prefieres esperar. ¿Qué van a pensar? Y te da igual, hoy todo te da igual, tan solo te preocupa llegar a tu cita y pasarlo cómo nunca. Estás guapa, porque te sientes guapa.
 Cuando murió Antonio el mundo se me vino encima. Toda mi vida se fue con su último aliento. Pensé, ¿qué voy a hacer ahora? Poco a poco me acostumbré a su ausencia, y en algún momento dejé de echarlo de menos y empezó a gustarme esa soledad recién estrenada. Los críos se habían ido de casa hacía ya mucho tiempo y por primera vez en mi vida tenía mi espacio y lo disfrutaba cada segundo. Me sentía egoísta y feliz porque utilizaba el yo en vez del nosotros. Él acababa de morir y yo empezaba a vivir.
 Ahí está. Ya me ha visto. ¿Y ahora qué vas a hacer? Vivir.

MICRORRELATO: A CADA PASO

Sucedió. Era imposible evitarlo, el tiempo pasaba y él tomó su decisión, acertada o no. Empezó a moverse con torpeza, se tambaleaba a cada paso, avanzaba despacio, sujetándose como podía por las paredes. El silencio de todos los presentes lo envolvía. Todas las miradas dirigidas a él. Él seguía en su empeño, sorteando las cosas que encontraba a su paso sin mucha habilidad. Nadie tenía intención de ayudarle, ni un solo gesto que le hiciera intuir una mano amiga. Cada paso era un esfuerzo más,




pero su objetivo estaba cada vez más cerca. Cuando parecía que ya estaba llegando a su meta, un mal paso, un pie colocado donde no debía y la inestabilidad producida por un cuerpo demasiado pesado para su dudoso equilibrio, le hicieron retroceder y apoyarse de forma precipitada en una silla, aunque sin evitar la caída. Un sobresalto levantó a algunos de los que estaban allí, él los miró, con cierta inseguridad se puso en pie, su cuerpo se balanceaba en busca de su equilibrio. Un paso más y su objetivo estaría en sus manos. Se tomó su tiempo para colocar bien el pie, y lo consiguió, otro paso más y por fin pudo coger el biberón. Lo cogió entre sus manos, miró a todos los presentes y sonrió orgulloso. Entonces empezó a caminar solo y a cada paso andaba la vida.

Mar Ball

MICRORRELATO: EL DESAHUCIO




Bajaba las escaleras arrastrando la enorme maleta que pesaba como toda una vida. Cada escalón era uno menos para el final. Vivía en el último piso de aquel viejo edificio, construido hacía treinta años. Todas aquellas paredes, tan solo tenían una historia, su historia. Bajaba con lentitud, con la tranquilidad de quien ya no tiene nada más que perder. Bajaba, intentando recordar todos los buenos momentos que se habían quedado detrás de la puerta cerrada, la risa de sus hijos cuando eran pequeños, la mirada cómplice de su mujer cuando nadie los veía, la alegría de los amigos y de la familia cuando iban a visitarlos, miles de pequeños momentos. Bajaba, sintiendo que todavía le quedaban fuerzas para empezar de nuevo, para demostrar que no le habían derrotado. No quiso esperar en su casa a que la policía lo sacara a rastras, 

pero sí quiso ver la cara de los que ejecutaban la ley, en nombre de la justicia. Esperó, con la maleta llena y cerrada, que sonara el portero, y sonó. Una voz extraña le advirtió que debía abandonar su casa y así lo hizo. No quiso compartir ese momento con nadie. Cogió su maleta y cerró esa puerta. Un escalón menos le acercaba al ruido de la calle, a todos aquellos que se solidarizaban con él, con su situación, con la situación de tantos otros como él. Ahora sí bajaba el último escalón, miró hacia atrás y vio cuántas escaleras había subido en su vida, y sonrió con orgullo, con el mismo que ahora bajaba.

La calle estaba llena de gente, todos apoyando, dándole ánimos para hacerle saber que no estaba solo. Su hijo se le acercó y cargó con su maleta que no pesaba demasiado dijo. Él, se detuvo frente a todos los policías y los miró a la cara y los felicitó por el trabajo bien hecho, entonces ellos, bajaron la mirada mientras se disculpaban diciendo “son órdenes de arriba”.

Mar Ball