MICRORRELATO: RESURRECCIÓN




Estaba frente al televisor y un personaje sin mucho ánimo dijo: “Españoles, Franco ha muerto”. Ingenuamente, todos creímos en sus palabras.

MICRORRELATO: EL BATALLÓN DE LOS GORRIONES





Era siniestra la escena y solemne, tal vez, demasiado para el momento. Todos allí reunidos ante el féretro de un muerto, todos guardando silencio por un breve espacio de tiempo. Con la mano alzada y el sol en la cara, despedían a ese muerto lleno de muertos, con gritos que llamaban a otros muertos bien muertos, “que vuelvan tiempos pasados”, gritaban. El cielo se volvió oscuro y denso, un aluvión de gorriones formaron un techo encima de aquella jauría gritando de nuevo, el batallón de los gorriones inició el vuelo y dispararon sus municiones a diestro y siniestro. Aquello parecía un campo de batalla y las manos alzadas al sentir los proyectiles en la cara salieron corriendo dejando al muerto, a su suerte, solo ante la muerte. La escena era confusa, gritaban, corrían en todas direcciones, aquello era un caos. El batallón de los gorriones dejó su huella para siempre, solo uno de los asistentes dejó un galardón sobre el ataúd, no le importó ensuciarse las manos con la mierda de aquellos pájaros, cuántas veces se las había manchado, una más, no era tanto. El batallón de los gorriones que ya iniciaba la retirada, al ver a aquel individuo que no se marchaba volvió a la carga y mientras el del galardón miraba al sol ellos apuntaron a la cara, cientos de heces se la tapaban, el sol ya no le daba en la cara. Era desoladora la escena todo quedó lleno de mierda.

El batallón de los gorriones desapareció por los rincones de los tejados, alejados de la multitud que contemplaba el campo de batalla. Había sido una guerra sucia, miles de excrementos lo confirmaban, el batallón de los gorriones había dejado las calles manchadas.


MICRORRELATO: EL KAMIKAZE




Se apagaron las luces en mitad de la noche. Nadie pudo salir del coche, parecía un acordeón en mitad de la autopista. Algunos vehículos se detuvieron al ver el suceso, bajaron corriendo pero ya todos estaban muertos. Los llantos se sucedían, los nervios se perdían. Solo un conductor se mantuvo quieto, dentro de su coche estaba el provocador del siniestro. Lloraba sin consuelo, demasiados kilómetros contra el viento. Desde fuera increpaban su arrogante comportamiento, él miraba el volante de su coche nuevo, más veloz que el tiempo. Se había detenido el reloj en los asientos de los que viajaban en dirección del viento. Y el silencio lo invadía todo.
La justicia disfrazada de insulto, cómo tantas veces, estando entre rejas le concedió el indulto. Un kamikaze anda suelto, 4.320 euros vale un muerto.