MICRORRELATO: La sociedad dormida




Tumbada en la cama con los ojos cerrados intento dormir, pero los sueños ya no llegan ni de noche.





MICRORRELATO: A CADA PASO

Sucedió. Era imposible evitarlo, el tiempo pasaba y él tomó su decisión, acertada o no. Empezó a moverse con torpeza, se tambaleaba a cada paso, avanzaba despacio, sujetándose como podía por las paredes. El silencio de todos los presentes lo envolvía. Todas las miradas dirigidas a él. Él seguía en su empeño, sorteando las cosas que encontraba a su paso sin mucha habilidad. Nadie tenía intención de ayudarle, ni un solo gesto que le hiciera intuir una mano amiga. Cada paso era un esfuerzo más,




pero su objetivo estaba cada vez más cerca. Cuando parecía que ya estaba llegando a su meta, un mal paso, un pie colocado donde no debía y la inestabilidad producida por un cuerpo demasiado pesado para su dudoso equilibrio, le hicieron retroceder y apoyarse de forma precipitada en una silla, aunque sin evitar la caída. Un sobresalto levantó a algunos de los que estaban allí, él los miró, con cierta inseguridad se puso en pie, su cuerpo se balanceaba en busca de su equilibrio. Un paso más y su objetivo estaría en sus manos. Se tomó su tiempo para colocar bien el pie, y lo consiguió, otro paso más y por fin pudo coger el biberón. Lo cogió entre sus manos, miró a todos los presentes y sonrió orgulloso. Entonces empezó a caminar solo y a cada paso andaba la vida.

Mar Ball

MICRORRELATO: EL DESAHUCIO




Bajaba las escaleras arrastrando la enorme maleta que pesaba como toda una vida. Cada escalón era uno menos para el final. Vivía en el último piso de aquel viejo edificio, construido hacía treinta años. Todas aquellas paredes, tan solo tenían una historia, su historia. Bajaba con lentitud, con la tranquilidad de quien ya no tiene nada más que perder. Bajaba, intentando recordar todos los buenos momentos que se habían quedado detrás de la puerta cerrada, la risa de sus hijos cuando eran pequeños, la mirada cómplice de su mujer cuando nadie los veía, la alegría de los amigos y de la familia cuando iban a visitarlos, miles de pequeños momentos. Bajaba, sintiendo que todavía le quedaban fuerzas para empezar de nuevo, para demostrar que no le habían derrotado. No quiso esperar en su casa a que la policía lo sacara a rastras, 

pero sí quiso ver la cara de los que ejecutaban la ley, en nombre de la justicia. Esperó, con la maleta llena y cerrada, que sonara el portero, y sonó. Una voz extraña le advirtió que debía abandonar su casa y así lo hizo. No quiso compartir ese momento con nadie. Cogió su maleta y cerró esa puerta. Un escalón menos le acercaba al ruido de la calle, a todos aquellos que se solidarizaban con él, con su situación, con la situación de tantos otros como él. Ahora sí bajaba el último escalón, miró hacia atrás y vio cuántas escaleras había subido en su vida, y sonrió con orgullo, con el mismo que ahora bajaba.

La calle estaba llena de gente, todos apoyando, dándole ánimos para hacerle saber que no estaba solo. Su hijo se le acercó y cargó con su maleta que no pesaba demasiado dijo. Él, se detuvo frente a todos los policías y los miró a la cara y los felicitó por el trabajo bien hecho, entonces ellos, bajaron la mirada mientras se disculpaban diciendo “son órdenes de arriba”.

Mar Ball