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Categoría: MICRORRELATO

MICRORRELATO: LA CAJA DE CARTÓN




Jamás me pude plantear que una caja de cartón me ayudase tanto a entender la realidad en la cual se encontraba Pedro.
Me dedico a la enseñanza y por suerte un día tuve que trabajar con un niño autista. Como supongo que ya suponéis la primera reacción fue de “a ver cómo lo hago”, porque nos guste más o menos todos tenemos miedo ante lo desconocido, sea del tipo que sea. El miedo que en primera instancia entró por mi cuerpo tardó poco en desaparecer, ya que desde el momento en el que lo vi sabía que todo iba a ir bien, solo necesitaba tiempo y paciencia para adaptarme a él y él a mí.
La entrada al colegio fue bastante complicada, ya que suponía alejarse de los suyos, dejarlo con una desconocida a la que ni tan siquiera quería darle la mano, entrar en un espacio en el que no había estado nunca, catorce niños más con los cuales no había tenido ninguna relación… La rabieta duró un buen rato hasta que consiguió calmarse. Mis palabras eran “tranquilo” y “todo va a ir bien”.
En clase los compañeros intentaron acercarse a él, pero no interaccionaba con ellos. De repente, se dirigió al final de la clase donde tenía una caja de cartón vacía, la cogió y se puso a dar vueltas alrededor de ella y a aletear. Los demás niños propusieron que esa sería la mascota de la clase, que la podíamos pintar, hacer un agujero como si fuese un casco y cada día podríamos hacer una asamblea y contar las cosas a través de ella, que la podíamos utilizar como casco.
Lo hicimos entre todos y Pedro no colaboraba demasiado, pero si que ponía gomets  de manera incansable de color rojo, siempre eran del mismo color. En ese momento descubrí cual era su color preferido. Pintamos nuestra mano con tempera y la dejamos marcada encima de la caja, aquel momento fue bastante complejo, porque a Pedro no le gustaba mancharse, gritos, aleteos… hasta que cogió la caja y se la puso en la cabeza y se escondió de su angustia. Ahí fue cuando dijo la primera palabra que yo le oí pronunciar, “sucio”. Descubrí que necesitaba un espacio donde relajarse, ese era el suyo y todos lo usaríamos para relajarnos. Lo planteamos como un sitio donde tranquilizarnos cuando algo no fuese bien, o cuando nos encontráramos más nerviosos de la cuenta.
Las clases estaban todas muy estructuradas, siempre realizábamos la misma rutina todos los días y el horario de la clase era muy visual, en ningún momento se podía alterar el orden de las cosas porque eso haría que sus reacciones alterasen el bienestar de todos.
Cada mañana cuando entrábamos al colegio, Pedro siempre buscaba la caja. Se acercaba a ella, se ponía a su lado, esperaba a que todos se sentaran para el buscar su sitio y sentarse, si el ruido era muy fuerte, cogía la caja se la ponía en la cabeza y sus compañeros dejaban de hacer ruido. Esto me ayudó a que las normas de clase se fuesen convirtiendo en rutinas y que todos pudiésemos ver que con el silencio todos estamos mejor.
En las asambleas cuando llegaba la hora de utilizar la caja decorada por todos, Pedro antes de usarla buscaba esas manos que había dejado marcadas el primer día de clase, las señalaba y me miraba (nunca supe que quería decir con aquello), luego se ponía su casco y decía frases como “Buenos días. Mi perro se llama Rufo” “Buenos días. Yo soy Pedro”… frases muy cortas que nos acercaba a él día a día. Esas eran las únicas palabras que emitía a lo largo de la mañana.
Un día en la asamblea un niño planteó, que no siempre la caja tendría que usarse para cuando estemos mal o para la asamblea, sino que también podía ser la caja de los sentimientos, donde pudiésemos expresar como estábamos en cada momento. Realmente, a mí no me pareció mala idea, pero no sabía cómo iba a afectar ese cambio a las rutinas ya marcadas, por decirlo de alguna manera, le quité importancia a aquel comentario, desviando el tema al trabajo que íbamos a desarrollar a lo largo del día. De repente, Pedro se levantó de su sitio cogió la caja se la puso en la cabeza y dijo.”Pedro está contento”. En ese momento descubrí que el empeño que yo había puesto en seguir tanta rutina, se veía desmoronado con las palabras de un niño y que él había conseguido, que Pedro, expresase como se sentía.

 

Desde entonces, creo que no he tenido a ningún alumno que me enseñase tanto en tan poco tiempo, que aprendiese a valorar los pequeños grandes esfuerzos de mis alumnos en cada momento y sobre todo lo útil que puede llegar a ser, tener una caja de cartón en clase.

MICRORRELATO: Las dos barajas de cartas




Me gustan mucho las cartas. Siempre llevo dos barajas muy pequeñas encima. Cuando me aburro juego con ellas o cuando me expulsan de clase.
-¿Qué haces aquí? ¿Te han expulsado?
No respondió. Andaba de un lado al otro del pasillo. Nervioso y diciendo cosas que desde donde yo estaba no podía entender. Algunos compañeros me habían hablado de él, pero nunca le había prestado demasiada atención. “Es muy raro” -me decían- “hace esto, hace lo otro”.
Me senté en el suelo y saqué una baraja de cartas y me puse a jugar al solitario. De repente se quedó en silencio y me miró, le sonreí y le dije “¿juegas?”, no me respondió y me siguió mirando durante un buen rato. Pasado un cuarto de hora se sentó frente a mí y me dijo “sí”. Le expliqué las reglas del juego mientras él me miraba muy atento y moviendo la cabeza de un lado al otro, me ponía nervioso pero no dije nada y empezamos a jugar. Lo pasamos bien. Cuando sonó el timbre se alteró un poco, se levantó y volvió a caminar de un lado a otro.“¿Te gustan las cartas? y contestó “sí”, “toma una baraja, tengo otra”, la cogió y se fue a su clase.
Cuando sonó el timbre del patio, bajamos corriendo por las escaleras, empujándonos unos a otros, y gritando como si fuera la primera vez que salíamos y entonces lo vi en las escaleras del porche, sentado y con las cartas en el suelo. Me acerqué y lo miré sin decir nada, él siguió ordenando las cartas sin levantar la mirada, “Mola ordenarlas, ¿verdad? Aunque si quieres jugar las tienes que desordenar”.
Me fui con mis amigos que me esperaban allí cerca. “Tiene tu baraja de cartas, ¿no?” “Sí, se la he dado”, “¿Por qué? Ahora no podremos jugar a lo de siempre”, “¿Por qué no?”
“¿Juegas con nosotros a cartas?” Después de pensarlo dijo “sí”.

Mar Ball

MICRORRELATO: El recuerdo

Era difícil saber por qué todo sucedió así. Tengo vagos recuerdos de aquel día, hace demasiado tiempo ya, seis meses creo recordar. Me han hecho las mismas preguntas no sé cuántas veces y cada vez mis respuestas son más imprecisas. A veces, no puedo evitar decir un “no recuerdo bien”, “no estoy segura” y entonces me presionan más y me dan más información de la que yo tenía, ya no sé si mis recuerdos son míos o son de los demás. He pensado en ese momento cientos de veces y al final dudaba ya de todo. He intentado repasar cada segundo de aquel día, y no logro mantener una sola versión en mi cabeza. Algunos testigos dicen que lo que yo cuento es mentira, y aportan argumentos que a priori, parecen razonables, pero lo que yo viví no es lo que ellos cuentan. En algún momento, recuerdo algún detalle y lo añado a mi versión y entonces surgen más preguntas y de repente, ya no sé si es cierto o producto de mi imaginación.
He escrito mi versión y la que tienen el resto de testigos, y no encajan. He intentado buscar algo que pueda justificar esa divergencia, pero aún no he conseguido llegar a ese punto de inflexión. Parto de la base de que los testigos no mienten, no tienen motivo para ello, creo. Yo tampoco miento, al menos estoy convencida de ello.




 

Los días pasan aquí dentro, pero el tiempo no. Leo para mantener la mente ocupada y dejar de pensar durante un tiempo en ese día, el día en el que mi vida dejó de ser mía. He hablado muchas veces de esto con los míos, y todos me dicen que tenga paciencia, que todo se solucionará, pero yo ya no recuerdo más, por más que lo intento no consigo encontrar ese detalle 

que me devuelva mi vida y que me permita dar paso a otro día, a otros días. Creen que estoy bloqueada mentalmente, tal vez tengan razón, pero sigo aquí. Y mañana, volverán a empezar con las preguntas. Lo más fácil sería responder lo que ellos quieren oír, y acabar con esta tortura y quedarme aquí, tranquilamente, sin la necesidad de pensar más. Volverán a preguntar y yo volveré a responder, quizá más dubitativa que la última vez, porque habré tenido un día más para recordar lo recordado. Y traerán un nuevo testigo que cambiará mis recuerdos y tendré que incorporar estos nuevos recuerdos a los míos, viejos y trasnochados. Y la verdad ya no será la primera verdad.

M.B.