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La pesadilla

No puedo dormir. Lo intento pero no puedo. Odio ese momento, el momento del descanso lo llaman y yo no puedo dormir. La noche se vuelve eterna, inacabable, insoportable. Los minutos se quedan colgados en el reloj, y por más que lo miro sus agujas no se inmutan, entonces voy a todas las habitaciones de la casa donde hay uno,pero el tiempo se ha parado, zarandeo el reloj, pego la oreja en él para ver si funciona, tic-tac, tic-tac. No es el tiempo lo que se ha parado.




El cansancio, a veces, creo que es mi aliado y cierro los ojos por puro agotamiento y entonces es peor. La pesadilla se repite una y otra vez, y me despierto sudando y temblando, intento buscar algo que me haga saber que estoy en casa, en mi casa, pero los nervios me traicionan durante unos minutos hasta que consigo calmar mi respiración y mi entorno se vuelve amable.
No quiero dormir. Me da miedo sentirme atrapada en un sueño que me destruye, que me hace sentir tan pequeña, tan débil y no tengo fuerzas para luchar, me quedo paralizada como si mi cuerpo fuera de plomo, como si toda la culpa del mundo estuviera en mí y me aplasta de tal manera que me quedo inmóvil en el rincón esperando que acabe cuanto antes, aunque tan solo sea por hoy y mañana se vuelva a repetir, no sé cuántas veces. Me da igual, quiero que acabe hoy.
Me levanto, compruebo que la llave de la puerta está bien echada y empiezo a respirar con más tranquilidad. Estoy en casa y estoy segura, eso dicen. Me digo a mí misma que solo es una pesadilla, que ya solo es una pesadilla. Alguien me dijo un día que los sueños los controlas tú, y que solo tú puedes defenderte de tus miedos, enfrentarte a ellos y mirarlos a la cara. A veces me lo creo y me siento fuerte y en ese momento creo que hoy será el día en que voy a poder luchar, pero cuando estoy allí, sola, en el rincón y cientos de imágenes me golpean la mente y el olor se vuelve tan real y cercano y las palabras dichas rebotan en la cabeza con tanta intensidad, mi cuerpo se queda tenso como un bloque de hormigón intentando sentir lo menos posible y poder despertar y abrir los ojos para poder seguir viviendo.
La realidad por la noche se vuelve diferente, el silencio de la gente que duerme, las calles vacías, la vida por un momento deja de tener protagonismo. Los demás descansan y yo, mientras, me preparo una manzanilla, me fumo un cigarro, leo, veo la televisión, cualquier cosa que me permita no cerrar los ojos y me mantenga alerta. Siempre alerta.
El sueño, testarudo, inicia de nuevo su ataque y al fin, vuelvo a ser su víctima. Al principio, la sensación es tan dulce, tu mente se relaja y tu cuerpo parece que flota como si estuvieras tumbada en las nubes, empiezas a sentirte tan cómoda que por unos segundos te olvidas de todo. Se oye la llave en la puerta y se abre y empiezas a temblar, los pasos se acercan, sin prisa y tú corres al rincón, y esperas. Esperas que solo sea tu imaginación jugándote una mala pasada. Miras el reloj. Tic-tac, tic-tac. Se ha detenido en la cocina, no tiene prisa, y tú sigues esperando con la cara entre las manos. Ahora sí abre la puerta de la habitación en la que tú estás, asustada, indefensa, tienes tanto miedo…has perdido tanto… que por primera vez en tu vida, te levantas y lo miras a los ojos.

 

Mar  Ball
 
 
 

El reflejo del mar

No sé por qué fui.Hacía muchos años que no paseaba por la playa, pero aquel día un impulso me hizo ir hasta allí o tal vez fue la necesidad de gritar lo que llevaba dentro. Caminaba por la arena sin mirar al mar, sin atreverme a girar la cabeza hacia ese océano que tantas cosas se había llevado.Al final reuní la fuerza suficiente para mirarlo cara a cara y por un momento creí ver la escena tantas veces repetida en mi cabeza, aparté la vista y de repente las olas del mar rugieron con tanta intensidad, una y otra vez, hasta que comprendí que lo que estaba viendo no era producto de mi imaginación, y entonces el mar recobró su calma. Su cuerpo flotaba en el mar, las olas lo acunaban con suavidad, al verla allí salí corriendo y la saqué del agua. La tumbé en la arena e intenté reanimarla, le hice el boca a boca y expulsó tanta agua que parecía que se había quitado una gran peso de dentro y empezó a respirar, agitadamente al principio, más lentamente, después. Respiraba ella, y yo, también. Me quité la chaqueta y se la puse por encima, temblaba. Me miraba sin saber muy bien dónde estaba, qué había pasado y yo, no tenía respuestas para ella.




Esperé a que se recuperase y empezamos a hablar. Yo no tenía prisa, ella tampoco. Se la veía contenta, sus ojos se iluminaban poco a poco. Parecía tímida, pero con ganas de hablar. Me dijo: “Hoy necesitaba gritar y por eso he venido aquí, a sacarme algo de dentro y he vuelto a vivir.” pero no sé si se refería al momento de la playa o a otra cosa, porque miraba hacia el mar con una ternura inexplicable para mí. Hablaba de él como si este le hubiera dado la vida, como si sus olas la hubieran puesto a salvo… de muchas cosas. “El mar es inmenso e intenso”, me dijo. Y entonces empezó a hablar como si no pudiera esperar ni un minuto más:
“He venido a ver el mar, por pura necesidad, por escuchar algo que no fueran palabras, por ver las olas y oler la sal. Me he sentado en la arena y he dejado de pensar, y he sentido la brisa y he podido respirar.
A lo lejos una voz gritaba y las manos levantadas parecían pedir auxilio. Su cara me resultaba familiar. Entonces me levanté y me metí en el agua, estaba helada. Fui hacia ella hasta que la tuve delante y se calló, dejó de gritar, de agitar los brazos, tan solo me miraba. ¿Qué te pasa? ¿Qué necesitas? y ella dijo: No lo sé. Entonces, ¿por qué has gritado? le pregunté. Quería salir de aquí, me respondió. Al verte agitar los brazos pensé que pedías ayuda, le dije. No sé nadar, y al decirme eso desapareció.

Mi rostro se reflejaba en el agua, era ella, la chica de la playa, la que pedía ayuda, la que no sabía nadar. El mar era un espejo en el que yo me reflejaba y por primera vez, después de muchos años me paré a mirarme y no me gustó. El reflejo me tomó de la mano y me hundió, bajo el agua veía la luz del sol y no tuve fuerzas para luchar y me dejé arrastrar con la sensación de que mi cuerpo pesaba toneladas y toneladas y el cansancio de la vida se convirtió en un profundo sueño.No había nadie en la playa. El sol quemaba. Mi ropa estaba seca. La olas sonaban con tanta intensidad que necesité taparme los oídos. Duró varios minutos hasta que al fin todo se volvió silencio. Ahora podía escuchar mi propia respiración, cada vez más lenta, más relajada. La calma se apoderó de mi cuerpo y dejé de sentirlo mío. Al despertar estabas tú.”
Nos quedamos en silencio durante unos minutos y al mirarnos nos salió un grito de dentro, desde el estómago, un grito contenido tantos años y el mar rugió tan fuerte que parecía acompañarnos y de repente… la calma.
M.B.

 

La habitación llena




Recuerdo su sonrisa cuando llegaba a casa orgulloso de sus notas, las llevaba en la mano y sin quitarse la mochila ni la chaqueta se abalanzaba sobre mí y me decía “míralas, míralas” y yo las leía despacio y lo miraba con el mismo orgullo que él tenía en su rostro. Era un chico excelente, el mejor de su clase, y en el conservatorio era brillante. Con dieciséis años ya hablaba tres idiomas, bastante bien, la verdad y además, practicaba deporte. A veces, lo observaba cuando dormía y me preguntaba qué más podía pedir una madre. 
 
Me acostumbré a verlo dormir y su cara ya no era la misma, sus facciones infantiles habían dado paso a un rostro que cada vez me resultaba más extraño, la aparición de los primeros indicios de barba le daban un aspecto más varonil y me preguntaba en qué momento mi hijo había dejado de ser un niño. Entonces, miré desde la puerta su habitación buscando qué había cambiado pero todo estaba como siempre, su ordenador, su móvil, su última consola, todas sus cosas llenaban su habitación. La habitación parecía más pequeña porque había demasiadas cosas allí. 
 
Pasaba muchas horas en el trabajo, quería lo mejor para mi hijo, que no tuviera ninguna carencia ni tuviera que inventarse regalos de Reyes que nunca existieron, que nunca tuviera que sufrir las miradas de pena de algún compañero con más suerte. Los hijos necesitan tanto…
 
Él había cambiado, ya no sonreía, al verme, ya no tenía impaciencia por demostrarme que era el mejor, sus éxitos se convirtieron en rutina y su rutina estaba llena de trofeos: bicis, ordenadores, consolas, móviles…Sus amigos eran su familia y yo me convertí en alguien desdibujado, que por la noche llegaba a casa y él no tenía palabras para mí ni yo tenía ánimos para discutir por qué su mirada era cada vez más fría.
 
Sin darme cuenta se alejaba de mí y empecé a cuestionarme qué había hecho mal, en qué había fallado, le había dado todo lo que yo nunca tuve y aun así lo perdía día tras día. Hay cosas irrecuperables en la vida, una de ellas, es el tiempo.
 
Me senté frente a él, y su cara era indiferente. Le pregunté “¿Qué necesitas? y él respondió: “No necesito nada, tengo de todo.” Es verdad, tenía tantas cosas, y sin embargo, su mirada era triste. Entonces, recordé algunos momentos de su infancia, esa infancia que aún me pertenecía, o mejor dicho, nos pertenecía. “¿Lo recuerdas?” le pregunté, y su voz cansada dijo: “Claro”, por un momento su frialdad bajó la guardia, y su rostro se volvió melancólico, pero enseguida, al darse cuenta de su debilidad me miró con algo de rencor y continuó con su pose impasible. “¿Recuerdas a María?” me preguntó sin prisa pero con un tono de voz que intuía que era una pregunta mal intencionada. Mi mente intentaba recordar, quién era María, pero se cruzaban muchos nombres de chicas, quizá era una amiga o alguna profesora, no sé. “No, lo siento, no la recuerdo” dije al final. “Estoy saliendo con ella desde hace un año” y sonrió irónicamente. Se levantó, me acarició la cara con mucha ternura y dijo: “Mañana, si quieres, te hablaré de María”.
 

 

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