Todos los días buscaba una víctima para satisfacer sus deseos más ocultos. Tardó meses en encontrar a alguien que cumpliese exactamente el perfil requerido. Era minucioso y exigente consigo mismo, pero ya empezaba a estar muy impaciente, demasiado tiempo sin muertes.
Una tarde estaba paseando solo por el bosque, no había nadie y vio una sombra pasar, la siguió durante más de una hora. En ese tiempo pudo ver cada movimiento, la cadencia de su cuerpo, el silencio. Sus pasos se dirigían a un arroyo cercano y el agua se oía de fondo. Algunos pájaros trinaban sin descanso. Era un paraje que invitaba a la contemplación. Se detuvo un momento y se fijó en el cielo, pintado con un azul intenso. Se sintió muy feliz sentado en el suelo y sus pensamientos se fueron lejos. De repente, escuchó caer un cuerpo dentro del agua que estaba oyendo. Se levantó y se acercó al riachuelo, alguien nadaba allí dentro. Se quedó quieto mirando la figura de alguien que sonreía con el agua a la cintura. Nadie se percató de su presencia y él pudo contemplarla horas enteras.
Cuando nadie miraba se hizo con ella, la cogió haciendo gala de su fortaleza. Se la llevó bosque adentro. Nada pudo impedir el secuestro. Quiso matarla en el momento, pero le gustaba el juego lento. Había esperado tanto para asesinar de nuevo, quería ir despacio y disfrutar de su trofeo.
Empezó a oscurecer y la perdió de vista pero al salir el sol la sombra estaba lista, seguía en el mismo sitio donde la había dejado y allí, lentamente, la asfixió entre sus manos, fue muy lenta la agonía y la sombra poco a poco desaparecía. Al final ya no había nada solo un hombre sin mirada.
Había satisfecho sus deseos más ocultos y ahora iba solo por el mundo. Buscó su sombra bajo el sol y no encontró nada, quiso gritarle al cielo, quiso gritar: “Quiero mi sombra de nuevo”. Había asesinado tantas, había dejado tantos seres sin reflejo y un error lo había vuelto como ellos. Su sombra había muerto entre sus manos, su cuerpo andaba y hablaba pero no había reflejo humano.